Interés general

Un cuadro de naturaleza viva

Chubut, principalmente Puerto Madryn y Península de Valdés, ofrece una alternativa turística única para conocer la fauna de la región en la época en que ballenas, elefantes, lobos marinos y pingüinos se acercan a la costa.

por Juan Manuel Salas

@juasalas

El cuadro de la costa de Puerto Madryn es hermoso. Arena con caracoles; mar turquesa, calmo, sin olas, y ballenas, de dos en dos, madre e hija, que de tanto en tanto saltan, soplan y nadan a pocos metros de la costa. Es que desde la costa en Puerto Madryn, en septiembre, se ven ballenas a diario y ese milagro, por más cotidiano que sea, no deja de ser maravilloso. El horizonte lo completan barcos que vienen o van, que ojalá hayan tenido suerte con la pesca del día.

Puerto Madryn, con sus casi 100 000 habitantes, para los que venimos de grandes ciudades, todavía es un pueblo, con luces que apenas decoran un paisaje que no necesita más de la mano del hombre para ser espectacular, con ruidos que no alcanzan a tapar el rumor del mar cuando uno camina por la costa y con personas que viven a otra velocidad, ni mejor ni peor, simplemente otra velocidad, otras urgencias, otros tiempos.

El sur argentino parece poblado por exiliados, parece que nadie nació en el sur realmente. Gente que se fue de sus ciudades buscando algo, huyendo de algo, soñando con algo, necesitando algo. En Chubut —ya sea Trelew o Puerto Madryn— es común escuchar historias de vida que empiezan con un “vine hace 30 años acá y me enamoré del lugar”. Es que la gente del sur parece no ser del sur, pero sí pertenecer a él. Es casi una analogía de cómo se pobló Argentina, cuando Argentina era todavía una idea, una hermosa promesa.

La naturaleza y sus ciclos hacen que septiembre sea un mes ideal para ir a Chubut, ya que la fauna de la zona entra en período de cópula y reproducción. Por eso, el viaje se vuelve inmediatamente un capítulo en primera persona de Animal Planet para ver ballenas, lobos marinos, elefantes marinos y pingüinos.

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La ballena franca austral es un espectáculo en sí misma. No importa cómo, no importa dónde, el objetivo es verla, contemplarla, admirarla.

Hay diferentes formas de ver ballenas. En Puerto Madryn uno puede ir a la playa “El Doradillo”, que está solo a unos pocos kilómetros de la ciudad. Allí, con marea alta, se ven ballenas a pocos metros de la arena y uno, de tanto en tanto y con buena suerte, hasta puede ver un ballenato blanco —prácticamente albino— que con el tiempo oscurecerá.

El plan de pasar una tarde en “El Doradillo” es gratis. Solo hace falta una manta para cubrirse del viento, unos mates calientes y sentarse en la arena dispuesto a observar. La banda sonora del lugar puede que sea la mejor del sur: el viento, las olas, las gaviotas, el soplido de las ballenas y el ruido que hacen cuando saltan y caen.

Otra opción —obligada— es ir a península Valdés, reconocida como patrimonio de la humanidad por la Unesco. La entrada, para los mayores es de 280 pesos y, tras kilómetros de rutas en los que uno se cruza con guanacos, maras y otros animales patagónicos, se llega a Punta Pirámide, un recóndito pueblo costero.

Desde Punta Pirámide salen barcos para hacer avistaje de ballenas. El precio con la compañía de Peke Sosa, por adulto, es de 1.700 pesos y en el trayecto uno puede llegar a estar a centímetros de las ballenas, que gracias a su curiosidad se acercan a las embarcaciones, nadan alrededor, por debajo y hasta pueden llegar a saltar a pocos metros.

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El elefante marino es un inmenso animal, el macho puede llegar a medir 6 m y pesar hasta 4 t, mientras que las hembras tienen menos de la mitad de ese tamaño y no superan los 900 kg.

Cada año, los elefantes marinos eligen Punta Norte para establecerse, tanto como para parir como para reproducirse. Los elefantes marinos forman una especie de harenes, en el que un macho está rodeado por decenas de hembras con las que copula a voluntad. Naturalmente, quedan muchos machos sin poder conformar su propio harén, por lo que se dedican a intentar copular con las hembras que están en la periferia de los grupos.

De tanto en tanto, un macho se despierta, mueve su inmenso cuerpo y se arroja sobre una hembra para intentar copular. También pasa que un elefante marino sin harén llega del mar, intenta copular con una hembra y eso da pie a un intercambio de rugidos con el “macho alfa” y hasta puede producirse una pelea, con el resultado de que quien gana se queda con el lugar y el harén. Pase lo que pase, luego todos los animales vuelven a dormir, sin importar si hay curiosos con cámaras que esperan algo más.

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Es cierto, los lobos marinos se pueden ver desde la costa sin mucho preámbulo. Para un marplatense, por ejemplo, solo hay que caminar por el puerto y están ahí. Uno los huele y después los ve. También podemos ver a los lobos marinos de la rambla, pero esos tal vez no cuentan.

En Puerto Madryn sí existe una opción diferente para verlos: hacer snorkel y, prácticamente, nadar con lobos marinos. Esta actividad, con la empresa Master Divers, cuesta unos 2.800 pesos por persona y consiste en ir con un equipo de profesionales en un barco hasta una reserva de lobos marinos y sumergirse en el agua en una zona permitida. Una vez en el mar, los lobos marinos más jóvenes, inquietos y juguetones, se acercan, y uno puede incluso acariciarlos.

No hay que tener miedo de los animales, aunque escuchar el rugido de un lobo marino adulto que está a pocos metros hace que uno se replantee la necesidad de estar en el agua jugando con sus crías.

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La primavera trae el inicio de la “temporada del pingüino austral”, miles y miles de estos animales llegan a las costas chubutenses en Punta Tombo para formar parejas y poner huevos. La entrada a este parque cuesta 180 pesos para los adultos.

Sorprende pensar que los pingüinos llegan a la costa y caminan durante horas, con su graciosa y ridícula manera, hasta formar un nido. En ocasiones, recorren kilómetros hasta dar con el lugar indicado.

Los pingüinos forman pareja, en la que machos y hembras empollan los huevos por igual y, cuando nacen las crías, puede pasar que se formen “guarderías”, en las que algún pingüino adulto cuida a los recién nacidos de diferentes parejas, mientras otros salen en busca de alimentos para todos.

En Punta Tombo, uno recorre un camino bien delimitado en el que se encuentra en todo momento con pingüinos, miles de pingüinos que pueden estar dentro de los nidos, caminando, mirando un arbusto, gritando, peleando, en fin, haciendo cosas de pingüinos que solo ellos saben o entienden.

Punta Tombo y los pingüinos es algo fascinante: kilómetros y kilómetros de pasto con puntos blancos y negros que parecen enanos de jardín elegantemente vestidos de frac y desparramados caprichosamente por el pasto.

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El cuadro es realmente hermoso. El amanecer naranja en el mar visto desde la habitación del hotel Rayentray de Puerto Madryn. Almuerzos y cenas de langostinos, mejillones, rabas, salmón. Un grupo de 153 galeses que llegaron a las costas hace más de 130 años y trajeron consigo sus creencias, sus templos, sus costumbres. Un dinosaurio de 40 m imponente en la ruta. Altares al Gauchito Gil. Trelew.

Y en medio de todo, atravesado por todo, el ciclo reproductivo de los animales vuelve a comenzar, la vida vuelve a comenzar una vez más, ofreciendo un espectáculo único que, preservado por el gobierno de Chubut, esperemos que no se detenga por nuestra culpa.

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